lunes, 9 de mayo de 2011

Sakura: belleza fugaz y efímera como la vida

Nada más querido para un japonés que un cerezo. Los japoneses sostienen que su importancia, está precisamente en lo efímero de su flor, el “sakura”. Este árbol nos recuerda lo pasajero de la belleza, de la vida, lo importante de disfrutar el momento sin pensar en la decadencia que se avecina, como si la belleza fuese para siempre.

Si pudiésemos tener conciencia de lo efímero de nuestra vida, tal vez pensaríamos dos veces antes de ignorar las diferentes oportunidades que tenemos de ser y de hacer a los otros felices.

Muchas flores son cortadas muy pronto: algunas apenas son pequeños, tiernos y delicados capullos; hay semillas que nunca brotan y hay aquellas flores que viven la vida entera hasta que, pétalo por pétalo, tranquilas, elegantes y vividas, se entregan al viento. Pero no tenemos como adivinar, no sabemos por cuanto tiempo estaremos disfrutando este Edén; tampoco las flores que fueron plantadas a nuestro alrededor.

Nos descuidamos a nosotros mismos del mismo modo que también descuidamos a los otros; nos entristecemos por cosas pequeñas y perdemos un tiempo precioso en el por qué, en el cuando...... Perdemos días, a veces años; nos callamos cuando deberíamos hablar y hablamos demasiado cuando deberíamos quedar en silencio. No damos el abrazo que tanto nos pide nuestro corazón porque algo en nosotros impide esa aproximación. No damos un beso cariñoso "porque no estamos acostumbrados a eso" y no decimos lo que nos gusta porque pensamos que el otro sabe automáticamente lo que sentimos.

Y pasa la noche y llega el día; el sol nace y adormece y continuamos siendo los mismos, sin cambios, anclados en nuestros miedos, en nuestras inseguridades, en nuestros temores. Reclamamos, bien, lo que no tenemos o que no tenemos suficiente. Cobramos a los otros, a la vida, a nosotros mismos. Y nos consumimos, comparando nuestra vida con la de aquellos que poseen más; ¿y si probamos compararnos con aquellos que poseen menos?.

Y el tiempo pasa, pasamos por la vida y no vivimos; sobrevivimos, porque no sabemos hacer otra cosa. Inesperadamente, nos acordamos y miramos para atrás; entonces nos preguntamos: ¿y ahora?.

Ahora, hoy, todavía es tiempo de reconstruir alguna cosa, de dar un abrazo amigo, de decir una palabra cariñosa, de agradecer por lo que tenemos. Nunca se es demasiado viejo o demasiado joven, para decir una palabra gentil y amable, para hacer, dar o recibir un cariño; no mires atrás, lo que pasó, pasó; lo que perdimos, perdimos; lo que dejamos atrás, atrás quedó. Si miramos hacia atrás, la vida es una exposición de fotografías; pequeños flashes que nos hablan de lo felices que fuimos, de lo que sufrimos, de lo que tuvimos que aprender a golpes, de esa emoción irrepetible que sentimos tan fuertemente que nos desbordaba el pecho y que ya no podemos volver a sentir. El culto al pasado tiene su riesgo, un riesgo que habla de un presente inconcluso, de proyectos que no pudieron ser, de fracasos o de éxitos que se disolvieron como sal en el agua. Es un espejo peligroso. ¡Mira hacia adelante!.

Todavía hay tiempo de apreciar a nuestro alrededor, las flores que están enteras, frescas, exultantes. Todavía hay tiempo de agradecer a la vida, que aunque efímera es, aún está en nosotros.

Nada más efímero y hermoso que la flor del cerezo; el sakura, es sin duda el símbolo de lo efímero. Se abre en una noche, florece unos días, y desaparece para siempre, no se puede detener. Como campos cubiertos por la nieve, así son los cerezos en flor, breves y efímeros como la vida, como el amor, como todas las cosas que nos importan y nos dejan su huella para siempre.

Así es la esencia del ikebana, la belleza de la vida ejemplarizada y reflejada en un arreglo floral tan particular, como efímero.