De todos es conocida, la gran sensibilidad que derrocha la cultura y arte oriental y en especial la japonesa.
El término “mono no aware”, es un concepto o característica básica, especialmente de la literatura, pero totalmente extensible y aplicable al resto de las artes japonesas, un concepto estético que empezó a evolucionar en la era “Heian”, hasta nuestros días y relacionado o traducido como sensibilidad o empatía. Este concepto o idea tan puramente oriental, posiblemente no encaje con la concepción del mundo que tenemos los occidentales.
El término “mono no aware”, es un concepto o característica básica, especialmente de la literatura, pero totalmente extensible y aplicable al resto de las artes japonesas, un concepto estético que empezó a evolucionar en la era “Heian”, hasta nuestros días y relacionado o traducido como sensibilidad o empatía. Este concepto o idea tan puramente oriental, posiblemente no encaje con la concepción del mundo que tenemos los occidentales.
El “aware” o “mono no aware” hace referencia a esa emoción básica, esa sensibilidad o capacidad de sorprenderse o conmoverse, de sentir cierta melancolía o cierta tristeza ante lo efímero, ante la vida y el amor, que en general tienen los japoneses. Es la capacidad de sentir compasión o piedad, sin influencia alguna de religiones o credos. Es un sentimiento puramente humano que va más allá de lo superficial y se centra en algo más profundo.
El ejemplo más práctico y probablemente más conocido para todos del “mono no aware” es sin duda, la pasión de los japoneses por el “hanami”, especialmente por la apreciación del florecimiento de los cerezos. Las flores de cerezo, o “sakura”, desaparecen en unos días, unas semanas como mucho; son increíblemente efímeras y es justamente eso lo que conmueve a los japoneses, que las observan con sensibilidad pero también con cierta tristeza y melancolía ante lo que simbolizan: el paso del tiempo, representan lo efímero de nuestra existencia humana.
Todos tenemos y cumplimos un ciclo en nuestra vida y en la vida de los demás; todo tiene un ciclo, que en el mundo desde los animales y los árboles, hasta las montañas y los ríos, tienen un principio y un final y que la destrucción de algo, a final de cuentas, es parte de un ciclo inevitable del cual formamos parte. Pero en este ciclo también comprende y trata de disfrutar de aquellas pequeñas cosas que hacen que la vida muchas veces valga más la pena, la belleza de las cosas llega a su fin, pero también podemos conservar un tanto de esa belleza dentro de nosotros.
Tenemos que tratar de captar y ser sensibles a esa belleza, la belleza que se encuentra en todo lo que nos rodea, valorar el tiempo que tenemos en nuestro día a día, esa libertad para disfrutar de cosas tan hermosas como una lluvia de pétalos rosa. Esta marcada y especial sensibilidad caracteriza y aparece de manera notable en el arte del ikebana, albergando en su interior esa particular esencia de la belleza efímera. Un ikebanaka, un ikebana debe ser capaz de atraparnos en el tiempo, en sus motivos y elementos florales debe estar presente el pasado, el presente y el futuro.
Las palabras del maestro Kikayama Keita lo define como: "el sentimiento profundo que nos embarga al contemplar una hermosa mañana de primavera, y también la tristeza que nos sobrecoge, al mirar un atardecer otoñal. Pero, ante todo es un sentimiento de delicada melancolía que puede derivar en una profunda tristeza al sentir hondamente la belleza caduca de todos los seres de la naturaleza.”
Esta idea de una búsqueda ideal de la belleza, de un estado de contemplación donde se unen el pensamiento y el mundo de los sentidos, es característica de la innata sensibilidad japonesa por y para la belleza.
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